Está convencido de que cambiar de hábitos y lograr una vida más saludable es la clave para controlar la enfermedad cardiovascular. También asegura que esta tarea no puede dejarse sólo en manos de la gente, sino que tiene que ser parte de un programa integral en el que trabajen políticos, médicos, sociólogos, arquitectos y donde juegue un rol central la industria alimenticia. Ese es el punto de vista de Martín O’Flaherty, médico del Hospital Universitario Austral e investigador en epidemiología cardiovascular en la División de Salud Pública de la Universidad de Liverpool en Inglaterra.
En diálogo con La Capital precisó que “dos tercios de la caída en la mortalidad por problemas del corazón se atribuye a cambios en la dieta y en el estilo de vida, y un tercio a los tratamientos médicos y quirúrgicos”.
En este punto O’Flaherty hace referencia a un estudio realizado por el Hospital Austral que dio cuenta de una baja en la mortalidad por enfermedad coronaria en la Argentina en las últimas décadas. El trabajo afirma que la reducción en los niveles de mortalidad en algunos grupos poblacionales alcanzó el 40% gracias a la incorporación de hábitos saludables.
Sin dudas cambiar de conductas es lo más difícil. Y cuanto menos recursos socioeconómicos tiene la gente es más complicado lograrlo. “La relación entre pobreza y la enfermedad cardiovascular es compleja. En países como Inglaterra o Escandinavia, que tienen sistemas de salud con cobertura prácticamente universal, el acceso a la salud no parece ser el problema, por lo que probablemente sean los hábitos y el estilo de vida los determinantes de más peso”, destaca.
Una de las consecuencias más obvias de la pobreza es que limita la cantidad de opciones que tienen las personas. Como ejemplo cita lo que sucede en Inglaterra: “Acá es muy común encontrar comidas preparadas en supermercados con muchas grasas saturadas y sal que son más baratas que las opciones saludables”.
La falta de acceso a la salud es otro aspecto a considerar. Sin embargo, explica O’Flaherty, se calcula que el 40% de las muertes por enfermedad coronaria se producen sin que el sistema de salud pueda hacer algo, lo que demuestra que los hábitos y el estilo de vida son sumamente importantes a la hora de disminuir la carga que significa para la sociedad la enfermedad coronaria.
Campañas masivas. Las campañas de educación masiva aportan lo suyo, pero no son la solución total, afirma el médico. Uno de los motivos es que confían solamente en la fuerza que puede poner en juego el individuo (concientización, motivación). “Le dan toda la responsabilidad a la persona y no siempre las herramientas”, comenta el médico, desde Liverpool.
El cambio de hábito no es sencillo pero el ambiente en el que cada persona se mueve facilita o no las cosas. “Desde el sistema de salud se pueden, incluso, incrementar las desigualdades. Pero si se logra modificar el entorno haciendo que sea más fácil y barato elegir la opción saludable, probablemente ayudemos a los individuos con mayor desventajas a vivir más y mejor”.
“¿Qué tal si lograrámos disminuir la cantidad de sal que se usa en los alimentos industriales, en el pan, las galletitas, los cereales?”, se pregunta O’Flaherty. Si se la reduce en todos los productos, la gente no tiene muchas opciones y se logra que todo el mundo coma con menos sal, enfatiza
Esta estrategia se usa por ejemplo en Italia y en el Reino Unido. La industria alimenticia, señala el médico, técnicamente puede hacerlo. Lo mismo con la cantidad de grasas saturadas y trans que se introducen en los alimentos. O el azúcar en las bebidas gaseosas. La importancia de la industria es central para la salud pública.
Para el médico, en la Argentina hay muchos profesionales trabajando muy bien en la prevención de la enfermedad cardiovascular a nivel de hospitalario y valora que en algunas comunidades se hayan adoptado programas de prevención. “Hay que seguir haciéndolos, pero es necesario discutir a qué nivel vamos a prevenir, si a nivel individual o de toda la población, o a una combinación de las dos estrategias”, concluye.
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